CULTO DE HOMBRES Y MUJERES.


Cuando leemos Apocalipsis 7:9, recordamos que “Apocalipsis” significa revelación: es como si Dios corriera una cortina para mostrarnos lo que Juan vio. Y lo que aparece ante sus ojos es una gran multitud, llena de gozo, vestida con ropas blancas, limpias, sin mancha, delante del Cordero. Esa imagen nos recuerda lo que Dios espera de nosotros: que vivamos con un corazón limpio, sin pecado, procurando no mancharnos mientras caminamos en este mundo.

Muchas veces no somos conscientes del impacto que puede tener un simple testimonio, una palabra en el momento adecuado. Pero Dios sí lo sabe. No estamos solos ni somos minoría: somos parte de una multitud de hermanos en Cristo que también está compartiendo el evangelio. Y un día, esa multitud estará reunida en el cielo. Allí, gracias a un testimonio, quizá estén nuestro hermano, nuestro hijo, nuestro cónyuge, esas personas que hoy aún no conocen al Señor. Solo pensar en esto nos llena de esperanza y motivación.

También recordamos lo que dice Filipenses 2:6-9: Cristo, siendo Dios, se despojó de su gloria y se hizo siervo. Él se humilló una y otra vez; tomó forma de hombre, sufrió hambre, frío y cansancio. Todo lo que nosotros enfrentamos, Él lo conoce. Incluso lavó los pies a sus discípulos, el trabajo más bajo de un siervo. Y sobre todo, cargó con nuestros pecados en la cruz.

Por esa obediencia perfecta, Dios lo exaltó hasta lo más alto. Ahora tenemos salvación a través de Él. Sabemos que en el cielo tenemos a quien nos fortalece y sostiene. No entramos por méritos propios, sino por su misericordia. Por su obediencia, hoy nosotros tenemos entrada al cielo y formamos parte de esa gran multitud que Juan vio.