Ir a descargar

En el presente domingo, nuestro hermano Carlos nos habló acerca de Números 28:1-8.
En el versículo 2 aparece constantemente la palabra “mi”. Dios está dejando claro que las ofrendas son suyas, que le pertenecen, a pesar de que las ofrezcamos nosotros. Aquí pasa lo mismo que con el diezmo: realmente no le estamos dando nada a Dios, porque es suyo. “Ofreciéndomelo a su tiempo”: Dios es un Dios de orden, que instituye todo a su tiempo y a su manera. Dios ha instaurado cada cosa en un tiempo concreto. Hemos de leer la palabra de Dios en orden, y apartar un tiempo concreto para ello. Al igual que para estar con Dios, tenemos que apartar un tiempo determinado, que es un tiempo de Dios, que le pertenece.
En este pasaje se nos habla acerca de las ofrendas diarias, que constituyen la ofrenda básica y fundamental (el holocausto continuo). Con respecto a dichas ofrendas, debía existir una continuidad, sin interrupciones. De igual forma, en nuestras vidas ha de estar presente dicha continuidad. De lo contrario, no veremos frutos ni crecimiento, ni nuestras vidas llegarán a ser todo lo provechosas que podrían ser. Estas ofrendas son las que no pueden faltar.
Eran ofrendas encendidas, dado que tenían que arder en el fuego. Además, eran holocaustos (no todas las ofrendas eran holocaustos). La palabra holocausto significa “ofrenda quemada del todo”. Estas ofrendas se quemaban completamente, sin dejar nada. El fuego del altar tenía que estar encendido siempre (=continuidad). Así mismo, el fuego de nuestras vidas debe estar siempre encendido, nunca se puede apagar. En Levítico 6:12-13, se nos dice que “el sacerdote pondrá en él leña cada mañana”: esto es lo que tiene que ocurrir para que el fuego no se apague; ese sacerdote somos ahora nosotros, y nuestra responsabilidad es que el fuego no se apague.

Los componentes del holocausto continuo son los siguientes:

  • CORDERO: debía ofrecerse un cordero por la mañana y otro por la tarde, sin tacha y de un año. Este cordero nos recuerda a Cristo. Él fue sacrificado por nosotros, y gracias a dicho sacrificio nosotros ahora podemos acercarnos a Dios (1 Pedro 1:18-21). En todo lo que hacemos, tanto particularmente como a nivel de iglesia, nunca puede faltar Cristo. No hay holocausto sin el cordero. Hemos de trabajar diariamente en el proceso de santificación de nuestras vidas, a pesar de nuestros defectos (Efesios 5:25-27). Hemos de apartar un tiempo para Dios, y acudir a dicho tiempo con una actitud de santificación, buscando parecernos cada vez más a Cristo; reconocemos nuestros fallos, pero intentamos parecernos lo máximo posible a Dios. Hemos de aprovechar el holocausto para santificar nuestras vidas.
  • HARINA (pan): dicho pan estaba compuesto por una décima parte de un efa de flor de harina, amasado con un cuarto de un hin de aceite de olivas machacadas. Este pan representa el cuerpo de Cristo. Este fue molido por nosotros, y amasado con aceite. El aceite representa al Espíritu Santo, su unción, la cual Cristo iba a producir, al dejarse moler por nosotros, a través de su obediencia al Padre (“no sea como yo quiero, sino como tú”). Nosotros hemos de buscar a Dios con la misma actitud que tuvo Jesús, de modo que no se haga nuestra voluntad, sino la de Dios. Si hacemos esto, seremos llenos del Espíritu Santo.
  • VINO: debía ofrecerse la cuarta parte de un hin, con cada cordero, con libación de vino superior (era un vino superior, no cualquier vino). Aquello que hacemos para darle honor, honra y gloria a Dios, esto es lo superior, lo de mayor calidad. El vino había que derramarlo (Mateo 26:28). Hemos de buscar a Dios, estando dispuestos a derramar nuestra vida delante de Él, a entregarla por Él. En Filipenses 2:17-18, vemos cómo Pablo estaba dispuesto a que su sangre fuese derramada en libación por Cristo, esto es, a entregar su vida, con gozo y regocijo. No solo debemos entregar nuestras vidas en el servicio a Dios, sino que debemos hacerlo con gozo.