PRÉDICA DOMINGO 22 DE DICIEMBRE DE 2024

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En el presente domingo, nuestro hermano Carlos nos habló acerca de Números 21:4-9. En el libro de Números se nos cuenta la historia del peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto. A causa de su incredulidad, la primera generación que salió de Egipto no entraría en la tierra prometida, a excepción de Josué y Caleb, sino que estarían 40 años dando vueltas en el desierto, y allí morirían (Números 14:20-35).
Hay una serie de cosas qué Dios quiere cambiar, en nosotros personalmente y a nivel de iglesia. Estas son las siguientes:

  • LA FALTA DE UNIDAD (Números 21:4): para llegar a la tierra prometida, el pueblo de Israel debía pasar por el territorio de Edom. Edom era Esaú, y significa rojo. Esto es así, pues Esaú vendió su primogenitura a su hermano Jacob, a cambio de un guiso rojo. Los edomitas no los van a dejar pasar, y les amenazarán con salir armados en su contra (Números 20:14-21). Realmente, eran pueblos hermanos, pero existía una rivalidad entre ellos (Números 20:14). Finalmente, tuvieron que rodear la tierra de Edom. Edom, además, se alegrará del mal que le aconteció a Israel: en Abdías se explica el juicio de Dios que recae sobre ellos por esto. En lugar de ayudarnos unos a otros como hermanos, entre iglesias, nos convertimos en rivales y competidores, luchando contra nosotros mismos. Pasamos a ser “Edom”, no ayudándonos ni facilitándonos las cosas. Esto no trae bendición ni crecimiento de parte de Dios, al no existir la unidad. Cada iglesia hace su propia guerra, pero no trabajamos todos juntos como un único ejército de Dios.
  • LA MURMURACIÓN Y LA QUEJA (Números 21:5): el pueblo de Israel se había desanimado, en parte con razón, pues, al tener que rodear Edom, el camino se había alargado. Cuando nos desanimamos y las cosas se ponen complicadas, comenzamos a murmurar y a quejarnos. El pueblo de Israel se quejó contra Moisés y contra Dios. Cuando entramos en un bucle de desánimo, todo lo vemos negativo, no pudiendo apreciar lo positivo, nada de lo que Dios está haciendo. En lugar de reconocer que el problema está en nosotros, optamos por echarle la culpa a los demás, entre ellos a Dios. Realmente, el pueblo de Dios era el culpable de la situación que atravesaban, dada su falta de obediencia y su incredulidad para con Dios. Se quejaban por no tener pan y agua, pero eso no era cierto, pues Dios siempre les había provisto. El pueblo de Israel escogió quejarse, en lugar de confiar en la provisión de Dios. Actuando de esta forma, nos convertimos en cristianos carnales: el pueblo de Israel quería regresar a Egipto, y nosotros queremos volver al mundo. De esta forma, comenzamos a perder de vista el plan y el propósito de Dios para nuestras vidas. Esto trae división en la iglesia, y nos debilita (“una casa dividida contra sí misma, cae”; “el que no es conmigo, contra mí es”).
  • LA BÚSQUEDA DE PROTAGONISMO PERSONAL (Números 21:6-9): Dios envía serpientes venenosas al pueblo de Israel. Cuando esto pasa, el pueblo reconoce su pecado, y le ruegan a Moisés que le quiten dichas serpientes. Moisés, entonces, intercederá por el pueblo, como en tantas otras ocasiones. Dios no les va a quitar las serpientes (al igual que no nos quita a nosotros de este mundo), sino que manda a Moisés construir una serpiente de bronce, y que la levantase en un asta, para que todo aquel que fuese mordido por una serpiente, si la miraba, pudiese ser sanado. Dicha serpiente de bronce representa a Cristo (Juan 3:14-16). El que pone su fe en Cristo, tiene vida eterna. El único antídoto eficaz contra el veneno del pecado que llevamos dentro es Cristo crucificado, su sangre derramada por nosotros (“al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él”). En lugar de poner nuestra mirada en Jesús y llevar a las personas hacia Cristo, solemos optar por poner nuestra mirada en el hombre, y realmente lo que queremos es atraer a las personas hacia nosotros. El propósito de Dios es que todo el mundo se ha llevado hacia sí mismo (Juan 12:32-33). Nuestra mirada tiene que estar puesta en Jesús (Hebreros 12:1-3).

El plan de Dios para nuestras vidas no es que perezcamos en el desierto, sino que entremos y poseamos la tierra prometida (“yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”). Hemos de reconocer nuestros problemas, pedirle perdón a Dios y poner nuestra mirada en Cristo. Tenemos que empezar a promover un cambio (el cambio siempre empieza en nosotros).