2 CORINTIOS 1:18-20
En el presente domingo, nuestro hermano Javi, en nuestro culto especial de hombres, nos compartió acerca de 2 Corintios 1:18-20. Dios es un Dios de orden, él no improvisa, sino que tiene un plan trazado para nuestras vidas. El hombre siempre ha sido desobediente, desviándose del camino marcado por Dios. Por ello, Dios tuvo que entregar a su hijo. Por medio de él pudimos entender mejor su Palabra.
Jesús, con tan solo 12 años, hablaba con los maestros de la ley, y estos se quedaban maravillados. Jesús fue enseñado por sus padres a respetar los momentos en el templo. Resulta importante que nosotros también hagamos esto con nuestros hijos: la iglesia es un lugar de aprendizaje. Cuando nuestros hijos nacen, ellos ya cuentan con un propósito para Dios: la obligación de los padres es la de ayudar a llevarlo a cabo.
En el mundo, cada uno va a su bola. La gente se encuentra perdida y sin dirección. El mundo es un caos: Dios no es ajeno a ello, sino que se encuentra presente observando. A lo largo de nuestra vida atravesaremos tormentas y dificultades. En base a nuestro nivel de arraigo para con Dios y su Palabra, conseguiremos o no atravesar dichas tormentas en victoria. Jesús, ya desde muy pequeño, tenía claro que Dios era su padre. Nosotros, cuando conocemos a Cristo, hemos de tener claro que Dios es nuestro padre, y que él tiene un plan para nuestra vida.
Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén. Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. No podemos llevar mucho tiempo en la iglesia y que no haya ningún cambio en nosotros. Dios quiere transformar nuestras vidas. Hay muchas promesas para nosotros. Hemos de decir sí, pero también amén.
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”.
No podemos conformarnos únicamente con venir a la iglesia y oír, sino que lo recibido debemos ponerlo en práctica en nuestras vidas. El mundo necesita luz. Nosotros somos la bendición de Dios, y por tanto tenemos que ir y predicar el evangelio a este mundo. Existe una gran necesidad en la calle, y nuestra labor es la de ser luminares. Para ello, resulta fundamental que nos nutramos de la Palabra de Dios, sino no tendremos nada que ofrecer. ¿En qué estamos invirtiendo nuestro tiempo? Lo mejor es invertirlo en las cosas de Dios.
(Nehemías 8:1,3,6) “Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra”. Cuando adoramos a Dios, mostramos gratitud en nuestro corazón, por aquello que el Espíritu Santo está haciendo en nuestras vidas. Hemos de creer que Dios puede transformar nuestras vidas.