En el presente domingo, nuestro hermano Carlos nos habló acerca de Hechos 28:25-28.
Podemos ver la transición de los judíos hacia los gentiles, en el Evangelio. Algunos judíos creían, otros en cambio no, por lo que Pablo les recuerda lo dicho por Isaías (Isaías 6:9-10). Los judíos estaban rechazando el mensaje de salvación, por lo que este pasa ahora a ser enviado a los gentiles, quienes creerían y lo recibirían. Hay una serie de órganos que impiden que se cumpla el plan y propósito que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Oídos (“de oídos oiréis, y no entenderéis”): podemos oír, pero no llegar realmente a entender. Una cosa es oír con los oídos físicos, y otra muy distinta entender con los oídos espirituales. “Oirían pesadamente”: el mensaje llega sin fuerza, de manera que no logra penetrar en nuestra área espiritual. En definitiva, no nos enteramos de nada. Necesitamos un “profesor particular”: este viene a ser el Espíritu Santo; a cada uno nos enseña lo mismo, aunque de forma particular y a través de distintos métodos. Hemos de tener entendimiento espiritual. Uno de los ministerios del Espíritu Santo es ayudarnos a entender la Palabra, esto es, el mensaje de Dios para nosotros. Hemos de entender las cosas en el espíritu, no en la carne (Juan 3:6, “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”). Hemos de entender en lo sobrenatural, no en lo natural (“por mucho que oigan, no entenderán” NVI).
Ojos (“viendo veréis, y no percibiréis”): podemos estar viendo las cosas con nuestros ojos naturales, pero realmente no estar percibiéndolas espiritualmente (“no se darían cuenta”: estar viendo, pero sin darnos cuenta realmente de nada). Hemos sido cegados (“sus ojos han cerrado”). Esta enfermedad nos come la vista poco a poco, ocasionando ceguera espiritual. Su causa es el orgullo. Uno de los milagros más recurrentes de Jesús era sanar la vista de los ciegos (“Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”, Juan 9:25). Somos verdaderamente ciegos si pensamos que lo sabemos todo (Juan 9:39-41). El Señor abrirá nuestros ojos cuando reconozcamos que somos ciegos (“¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”, Mateo 7:5). Frente al orgullo, la cura es la humildad (humillarse). A mayor humildad, mejor veremos (a mayor orgullo, mayor ceguera). Jesús hacía increíbles milagros, y aun así había gente que no se daba cuenta, pues se encontraban cegados por su orgullo (estaban, además, en la carne, de modo que no podían entender las palabras de Jesús).
Corazón (“el corazón de este pueblo se ha engrosado”): el corazón es el órgano más importante, del que dependen todos los demás, tanto en lo físico como en lo espiritual. Su corazón se había vuelto insensible, se había endurecido. Si nuestro corazón se endurece, impedimos que la sangre de Dios circule correctamente en nuestras vidas. Hemos de ser flexibles, no duros: lo duro, ante la presión, se rompe; lo flexible, ante la presión, se extiende. Hemos de cambiar el corazón de piedra por uno de carne. El espíritu de Dios es el único que puede escribir su palabra en nuestros corazones, de forma que quede bien grabada. Hemos de poner nuestra fe en Jesús (esta es la única forma posible para cambiar un corazón de piedra, fruto de la incredulidad, por uno de carne). (“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”). (“Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”, 1 Samuel 16:7).