LEVÍTICO 9: 5-7; 22-24.
En el presente domingo, nuestro hermano Carlos nos habló acerca de Levítico 9:5-7, 22-24.
Ofrecimiento del holocausto (Levítico 9:5-7): se debían ofrecer distintos sacrificios de animales, en base a las instrucciones dadas por Dios ya previamente. Los sacerdotes (como Aarón) eran hombres, igual de pecadores que el resto, por lo que debían ofrecer sacrificios primero por sí mismos, y ya después por el resto del pueblo. En el antiguo pacto, los sacerdotes eran los intermediarios entre Dios y el pueblo. Con el nuevo pacto, el intermedio pasa a ser Jesús. Jesús hace la función de sumo sacerdote, pero también es el sacrificio. Jesús no tuvo que ofrecer sacrificio por sí mismo, pues no tenía pecado alguno, pero sí por el resto, para poder así reconciliarnos con Dios (2 Corintios 5:17-19).
Existen 3 tipos de sacrificios: de expiación (para perdonar los pecados), de holocausto (con el holocausto se quemaba todo por completo, por lo que viene a simbolizar la consagración, dedicación y entrega total a Dios) y de paz (sacrificio voluntario en acción de gracias; alabanza a Dios por lo que ha hecho en nuestras vidas). Estos sacrificios debían ser realizados en dicho orden, y cada uno de ellos tiene un significado concreto (Romanos 5:1).
La bendición de Dios: el sacerdote tenía la función de bendecir al pueblo. Jesús está ejerciendo este ministerio a la diestra de Dios (Efesios 1:3). La bendición sacerdotal (dada por Aarón al pueblo, alzando sus manos al cielo) se explica en Números 6:22-27.
La gloria de Dios: se aparece, después de la bendición de Dios, si cumplimos con todo lo dicho por él. Dios se agrada de nosotros cuando hacemos todo lo que él nos dice. Cristo ha de estar en nosotros: las personas del mundo tienen que ver a Cristo y su gloria en nosotros, no a nosotros mismos (Juan 1:14). Todo el pueblo, al ver la gloria de Dios, lo alabaron y se postraron sobre sus rostros. Este es el plan de Dios para nuestras vidas. Tenemos que estar unidos, en fe y obediencia a Dios (Salmo 133).