PRÉDICA 27 DE FEBRERO 2022

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En el presente domingo nuestro pastor Jesús nos habló acerca de Jeremías 8:6-7. Estamos en los últimos tiempos y son normales los desastres y desgracias que están ocurriendo, para con el mundo y la humanidad que en él habita. Somos nosotros los que debemos aprender a manejar la situación. Lo mismo ocurre con nuestros problemas internos, de los cuales hay que sacar la enseñanza correspondiente (“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”, Romanos 8:28) (“Porque el Señor al que ama, disciplina”, Hebreos 12:6).

Dios está siempre presente, y ve y escucha todo lo que hacemos y decimos. El mundo exterior está en continuo cambio, pero nuestro interior (nuestro corazón) solo puede ser modificado por Dios. Hemos de dejar de darle importancia a lo externo, para centrarnos en lo de dentro.

El problema del hombre es la falta de arrepentimiento. Sin arrepentimiento no hay perdón de Dios. Sin perdón de Dios la maldad anidará en nosotros. Arrepentirse significa cambiar de dirección, no se trata de un simple remordimiento. El problema se establecerá en “tu mochila trasera” y llegará un momento en el cual no podrás más (“pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”, Gálatas 6:7). Por todo esto, tu vida estará llena de desgracias y todo te saldrá mal (a veces hay cosas que no son culpa nuestra, sino que han sido permitidas por Dios, como parte de una enseñanza). El presente es primordial y no debe cargar con los problemas del día anterior. La comunión diaria con Dios (estar a cuentas con Él) trae “una mochila ligera”, además de felicidad y gozo. ¿Qué he hecho yo? Esta frase deja ver el arrepentimiento, dejando a un lado las concurridas excusas. Solo hay un evangelio, el evangelio de Jesús. Solo hay un camino, el camino de Jesús. Hay que alimentar al Espíritu (orar, leer la palabra… todo diariamente), pues es aquí donde Dios mira.

Las aves migratorias, como las golondrinas, son guiadas por Dios, dado que tienen puesta su confianza en Él. Se mudan de un lugar a otro, en busca de una mejoría, sin importarles lo que tengan que dejar a cambio. Nosotros no queremos dejar nuestras cosas pasadas, a pesar de saber que con Dios vendrán cosas mejores (“dejar el nido”). Las aves que emigran sobreviven, pero las que se quedan, en invierno, mueren. Alejados de Dios nos moriremos, en su presencia tendremos vida eterna.

Las aves migratorias confían en Dios, no en sus propias fuerzas y conocimientos. Así hemos de hacer nosotros, no dejándonos guiar y confundir por aquellos que van en la dirección contraria. Seguir los criterios de Dios, no nuestras ideas propias. No llevan provisiones (confiar en que Dios es nuestro sustento. “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?, Mateo 6:26). No se detienen (solo a comer y descansar), sino que prosiguen hacia su meta. Lo mismo debe ocurrir con nosotros. Están en el mundo, pero no son de ningún lugar en concreto. El pueblo de Dios ha sido puesto en la Tierra, pero no pertenece a él (estamos aquí para servir en nuestro cometido).

Dios no deja morir a las aves migratorias por el camino. A nosotros tampoco nos soltará. No hay que tener miedo, por muy duro que pueda llegar a ser el camino. En las bandadas los mayores van delante, guiando a los más jóvenes. Los nuevos miembros de la Iglesia han de tomar ejemplo de los más longevos, de aquellos con una mayor experiencia (siempre yendo con cautela, asegurándonos de que la persona nos guía y enseña acertadamente).

Un hijo de Dios tiene que conocer a Dios. No basta únicamente con escuchar las prédicas semanales, sino que es necesario ese tiempo y comunión a solas con Él.