PRÉDICA DOMINGO 31 DE OCTUBRE

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DOMINGO 31 DE OCTUBRE

PRÉDICA: CARLOS

VERSÍCULOS: AMÓS 5:18-24

En el presente domingo nuestro hermano Carlos nos compartió acerca del libro de Amós. Para ponernos en contexto, hemos de señalar que Amós fue un profeta al que Dios llamó para llevar su mensaje a otros. Vivió en el siglo VIII a.C., durante el reinado de Jeroboam II.

En esos momentos, había una división entre el norte (Israel) y el sur (Judá). Amós vivía en la zona sur, pero Dios lo llama a profetizar en el norte. Nos ubicamos en un momento de gran prosperidad, donde son frecuentes las conquistas de tierras y donde predomina el éxito material. No obstante, y en contraposición, las injusticias y la corrupción (en los tribunales de justicia) son también un factor que está a la orden del día.

Como ya hemos mencionado, Amós fue llamado por Dios. Fue el elegido para aportar un mensaje de juicio, donde se avisa de que el día de Jehová llegará. Un día donde no solo los enemigos del pueblo de Dios serán los afectados, también sus propios integrantes, si no deciden, a tiempo, arrepentirse y volverse hacia su Dios.

En Amós 5:18-24, se explica aquello que Dios aborrece, así como lo que le agrada.

A Dios no le agrada la religiosidad externa, esa falsa religiosidad basada en un simple espejismo. Realizar ceremonias religiosas, asistir a la iglesia y los cantares e instrumentos, de nada sirven si no van acompañados de un rendido y sincero corazón. Una “doble vida” de apariencias no es lo que Dios espera de nosotros.

En Hebreos 5:7-8 nos situamos con un Jesús entre lágrimas en el huerto de Getsemaní. Podemos coger su ejemplo, pues éste se humilla a la voluntad del Padre. Cuando tengamos una actitud reverente seremos escuchados y Dios recibirá nuestras ofrendas y sacrificios. Se agradará de nosotros, dado que estaremos en el camino correcto.

Dios abominaba la hipocresía religiosa que imperaba en su pueblo. Desprecia a los cristianos nominales, que realmente no siguen sus pasos. Estaba, y está, buscando verdaderos adoradores, que le adoren en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24). Se trata de anhelar cumplir la voluntad de Dios para con nosotros, y no simplemente formar parte de un rito religioso.

A Dios le agrada, y Dios quiere, que el juicio corra y fluya como las aguas. Que se origine un impetuoso arroyo, que enderece lo torcido y encauce todo hacia un camino recto y de justicia. Esa justicia, así como el agua, es la que va a traer la vida y a transformar todo cuanto la rodea. El pueblo de Dios tiene que ser ese río en medio del desierto carnal. Será en ese momento cuando Dios estará con nosotros, cuando antepongamos el hacer el bien, frente a practicar el mal (Amós 5:14-15).

Miqueas, otro de los profetas del momento, explica lo que Dios pide de nosotros. Simplemente, hacer justicia, amar misericordia y humillarse ante Dios (Miqueas 6:8). En Santiago 1:27, además de que hemos de cuidar a los huérfanos y a las viudas, se nos comenta acerca de la verdadera religión, aquella basada en apartarnos del mal del mundo.

En Éxodo 17:1-7, se narra el momento en el que el pueblo de Dios se halla en el desierto. Todos se quejan de no disponer de agua. Es ahí cuando Moisés clama a Dios. La respuesta es simple: Moisés debía golpear con su vara una peña, de la que empiezan a brotar y fluir las aguas. Cristo es esa roca de la que todos hemos de beber. En Juan 4:10-14, con el episodio de la mujer samaritana, sacamos la lección de que el agua hay que pedírsela a Dios. En Juan 7:37-39, se nos habla de que, si estamos sedientos, hemos de ir a Jesús. Él hará que de nuestro interior corran ríos de aguas viva.

Como creyentes hemos de ser como una fuente que expulsa agua. Dios nos la proporciona. Cuidado con convertirnos en un “volcán” que todo lo que expulsa genera destrucción, en vez de traer vida y bendición.

Israel presumía de ser el pueblo de Dios. Sabían que vendría el día de Jehová, con la finalidad de destruir a sus enemigos. Con lo que no contaban era conque aquel día recaería sobre ellos, si no empezaban a actuar conforme a la justicia de Dios. Será un momento de resplandor para la Iglesia de Dios, pero el resto solo recibiría tinieblas y oscuridad.

Somos el pueblo de Dios, el pueblo del pacto, y por tanto hemos de vivir conforme a lo que decimos, conforme a lo que Dios espera de nosotros.

¿CÚAL QUEREMOS QUE SEA NUESTRO DESENLACE EN EL DÍA DE JEHOVÁ? ¿DE QUÉ LADO VAMOS A ESTAR?
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